El Rock And Roll
como principio y final de todo en la vida, como experiencia completa
y como definición de intenciones absoluta. Así llevan treinta años
defendiendo su carrera los Quireboys, tirando de oficio
mientras las modas pasaban a su lado, haciéndose fuertes en su
pequeño bastión de pureza incorrupta y ganándose una merecida
reputación sobre los escenarios. La misma reputación que cada año
les permite girar por nuestro país, la misma que una vez más les
acerco hasta el Antzoki bilbaíno, un frio jueves de Enero.
Acudiríamos una
vez más a la llamada de los ingleses, sin pensárnoslo demasiado,
guiados por la bendita inercia que provocan los planes contrastados.
Demasiadas habrían sido las veces en que habíamos podido comprobar
el buen hacer de Spike y los suyos, tantas que yo perdí la cuenta
hace años. El escenario sería el mismo de las últimas ocasiones
sin embargo, y el disco a presentar, el correcto “Black Eyed Sons”.
Pocas sorpresas en el horizonte nos aguardarían.
Comenzaría tibia la visita de los de Newcastle, orientada a la
presentación del nuevo plástico y con la banda reservándose más
de lo necesario. El sonido tampoco seria el mas boyante y la fiesta
esquivaría los primeros compases, con el regusto Stoniano de
"Troublemaker" soltando la liebre y "Too Much Of A
Good Thing" mostrándose plana.
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